En el suroeste de Francia, al pie de los Pirineos, en el
pueblo de Lestelle, surge el santuario mariano de Nuestra Señora de Betharram. Según
algunos autores, los orígenes del santuario de Betharram se remontan al siglo
XI, cuando bajo el impulso de san Bernardo, surgieron por toda Europa cetros de
devoción y de fe mariana.
La primera edificación mariana de Betharram surgió cuando unos
pastores que llevaban a pastar sus ovejas en las orillas del Gave, fueron
atraídos por una luz que provenía de algunas rocas de la ribera del río. Llegados
al lugar, se encontraron delante de una imagen de la Virgen María. Avisados los
habitantes de Lestelle del descubrimiento, se decidió construir una pequeña capilla
como recuerdo. Como pareció que el lugar del descubrimiento no era muy adaptado
para construir, los pastores construyeron la capilla sobre la otra orilla del
Gave. Pero no lo consiguieron. Cada vez que trataban de trasladar la estatua de
la Virgen ésta, milagrosamente, volvía a la otra ribera del Gave. Entonces, los
pastores comprendieron que María quería una capilla en el lugar exacto en donde
se encontró la estatua.
En torno a este lugar, la tradición popular
testimonia la presencia de varios milagros distintos atribuidos a la Virgen
María. El más importante es aquel que le mereció el nombre de “Betharam” a esta
imagen de la Virgen. Sucedió que una niña, atraída por una flor particularmente
hermosa aparecida en la ribera del río Gave, para recogerla se inclinó y cayó
en las aguas caudalosas. Estaba por ser sepultada cuando, desesperadamente,
invocó a la Virgen que se veneraba en el santuario y, de inmediato, vio ante sí
un ramo que era tendido para agarrarse a él. Así lo hizo y se salvó. Por eso,
quiso ofrecer en donación a la Virgen como signo de gratitud un hermoso ramo de
oro y desde entonces, la imagen fue venerada como la “Virgen de Betharram”. En
efecto, “Betharram”, significa, en el dialecto local, “Bello Ramo”.
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