Nació en Peñafort de Cataluña, España, entre el 1175 y el
1180. Siempre se destacó por su gran habilidad en los estudios, a los veinte
años enseñaba filosofía en Barcelona, y a los treinta años, recién graduado,
enseñaba jurisprudencia en Bolonia. El sueldo que obtenía por ello lo gastaba
todo en socorrer a los necesitados.
Tomó el hábito de santo Domingo (predicadores o dominicos) a
la edad de 47 años. En 1223 colabora con
san Pedro Nolasco, de quien era confesor, y con el rey Jaime I de Aragón en la
fundación de la Orden de Nuestra Señora de la Merced, para liberar a los
cristianos cautivos y esclavizados por los islamitas. San Raimundo de Peñafort
colabora en la redacción de las Constituciones de la nueva Orden.
Posteriormente es invitado por Gregorio IX a Roma para trabajar el "Corpus
Decretalium", es decir, el Código de Derecho Canónico Medieval.
Dieciséis años después, en 1238, fue nombrado Superior
General de los Dominicos, y durante dos años visitó a pie los conventos de la
Orden. Conoció a santo Tomás de Aquino y le encargó un escrito, la “Summa
contra gentes”.
En 1240 presentó su renuncia y a los setenta años de edad
pudo regresar a la enseñanza y a la pastoral. A pedido de sus superiores
escribió una colección de casos de conciencia para uso de los confesores y
moralistas.
Realizó viajes por diferentes regiones españolas, inculcando
lecciones espirituales para lograr la total transformación del pueblo
contaminado por las costumbres de los moros. Fue confesor del Papa y del rey
Santiago de Aragón. Al caer enfermo, el santo regresó a Barcelona, donde
continuó con su vida acética y labor apostólica, ayudando a los pobres,
luchando en contra de la herejía. También fundó un convento en Túnez y otro en
Murcia entre los moros. El santo entregó su alma a Dios a la edad de 100 años,
en 1275, y fue canonizado en 1601.
La tradición cuenta que en una oportunidad el rey pidió a
Raimundo que viajara a la isla de Mallorca para trabajar contra las herejías.
El santo aceptó, pero a mitad de viaje se dio cuenta que era una trampa.
Entonces quiso retornar a Barcelona y el rey prohibió que lo regresaran.
Raimundo no titubeó, puso su manto en el mar, se subió en él, y milagrosamente
su manto lo transportó como un barco a vela, sano y salvo hasta Barcelona.
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