La beata Imelda nació en la ciudad de Bolonia (Italia) en 1322. Nació en una familia noble de la época, era hija de los Condes de Lambertini.
La pequeña Imelda pronto llamó la atención por sus
celestiales inclinaciones. Cuando lloraba, se sentía consolada al oír los
nombres de Jesús y de María; cuando comenzó a hablar, fueron estos nombres
dulcísimos los que pronunció con más frecuencia. A veces, la encontraban con
las manos levantadas al cielo, en oración, y con los ojos anegados en lágrimas
de ternura. Era muy devota de la Madre de Dios, y, sobre todo, de la Sagrada
Eucaristía. Pasaba muchas horas, como extasiada, delante del Sagrario de la capilla
que tenían en el palacio.
A los 9 años sintió el llamado de Dios a ser religiosa.
Obtuvo el permiso de sus padres, ya que en aquellos años era común que algunos
niños y niñas ingresaran a la vida religiosa a tan corta edad. Ingresó en el
monasterio dominico de Val di Pietra.
No había hecho la Primera Comunión, ya que en la Iglesia de
ese tiempo la comunión sacramental no era para los niños. Por esta causa Imelda
suspiraba siempre por el día más feliz de su vida, y era tan grande el concepto
que tenía de la Eucaristía, que no sabía entender cómo era posible no morir de
amor al recibir el Pan de los Ángeles.
El día 12 de mayo de 1333 sucedió que, terminada la
celebración, y ya habiendo comulgado todas las religiosas, Imelda se quedó
postrada en tierra, en el coro, con gran desconsuelo. De repente, el coro se
iluminó con una luz milagrosa y se llenó de un aroma suavísimo que atrajo a
todos allí. Una Hostia se movía sola, en el aire, y parecía que quería ir hacia
la religiosa-niña. Al ver tal milagro, el sacerdote entendió claramente la
voluntad de Dios, se revistió de nuevo, y tomando la Hostia que flotaba en el
espacio, administró a Imelda la Sagrada Comunión. Entonces Imelda cerró los
ojos, juntó las manos, inclinó la cabeza... y pareció quedar dormida. Pero
pronto su color rosado se transformó en un color ligeramente blanquecino, y
pasaron varias horas sin que se desvaneciera el encanto. Entonces las
religiosas presintieron lo que sucedía; se acercaron a ella, la llamaron, pero
no respondió; estaba muerta, muerta de amor a Jesús, tal como se había
imaginado...
Un gran gentío acudió a Val-di-Pietra para ver
el cuerpo de la joven novicia. Y nadie dudó en venerarla enseguida como
bienaventurada. Cada año, el día 12 de mayo se celebra en el convento con toda
solemnidad. Fue el papa León XII, en 1826, quien la declaró Beata, autorizando
su oficio litúrgico y Misa propia.
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