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miércoles, 6 de marzo de 2019

TIEMPO DE CUARESMA





TIEMPO DE CUARESMA
La CUARESMA es el tiempo litúrgico que precede a la Pascua. Su color característico es el violeta. Comienza el miércoles de ceniza y culmina en la Vigilia Pascual.
La CUARESMA dura 40 días, nos recuerda los 40 días que Jesús estuvo en el desierto (Lc 4, 1-13, Mc 1, 12-15, Mt 4, 1-11) y los 40 años que el pueblo de Israel estuvo en el desierto al salir de Egipto (Éxodo 16, 35; Números 32, 13; Deuteronomio 29, 4).
La CUARESMA es también para nosotros un tiempo de desierto, 40 días para acercarnos más a Jesús, para abrir y cambiar nuestro corazón, para ser mejores personas, para prepararnos a vivir con alegría la más grande fiesta de todos los cristianos: la Resurrección de Jesús.
La Iglesia nos recomienda tres cosas para vivir de la mejor manera el camino de desierto cuaresmal: 1. Oración, 2. Ayuno, 3. Limosna.
Para más información:
http://dibujosparacatequesis.blogspot.com/2014/03/cuaresma.html


miércoles, 22 de febrero de 2017

DOMINGOS DE CUARESMA – CICLO A







Primer domingo:
Mt 4, 1-11
En aquel tiempo,  el Espíritu llevó a Jesús al desierto, para que el diablo lo pusiera a prueba.
Estuvo cuarenta días y cuarenta noches sin comer, y después sintió hambre. El diablo se acercó entonces a Jesús para ponerlo a prueba, y le dijo: -Si de veras eres Hijo de Dios, ordena que estas piedras se conviertan en panes.
Pero Jesús le contestó: -La Escritura dice: “No sólo de pan vivirá el hombre, sino también de toda palabra que salga de los labios de Dios.”
Luego el diablo lo llevó a la santa ciudad de Jerusalén, lo subió a la parte más alta del templo y le dijo: -Si de veras eres Hijo de Dios, tírate abajo; porque la Escritura dice: “Dios mandará que sus ángeles te cuiden. Te levantarán con sus manos, para que no tropieces con piedra alguna.”
Jesús le contestó: -También dice la Escritura: “No pongas a prueba al Señor tu Dios.”
Finalmente el diablo lo llevó a un cerro muy alto, y mostrándole todos los países del mundo y la grandeza de ellos, le dijo: -Yo te daré todo esto, si te arrodillas y me adoras.
Jesús le contestó: -Vete, Satanás, porque la Escritura dice: “Adora al Señor tu Dios, y sírvele sólo a él.” Entonces el diablo se apartó de Jesús, y unos ángeles acudieron a servirle.

Segundo domingo:
Mt 17, 1-9
En aquel tiempo, Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a Juan, el hermano de Santiago, y se fue aparte con ellos a un cerro muy alto. Allí, delante de ellos, cambió la apariencia de Jesús. Su cara brillaba como el sol, y su ropa se volvió blanca como la luz. En esto vieron a Moisés y a Elías conversando con Jesús. Pedro le dijo a Jesús: -Señor, ¡qué bien que estemos aquí! Si quieres, haré tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.
Mientras Pedro estaba hablando, una nube luminosa se posó sobre ellos, y de la nube salió una voz, que dijo: «Este es mi Hijo amado, a quien he elegido: escúchenlo.»
Al oír esto, los discípulos se postraron con la cara en tierra, llenos de miedo. Jesús se acercó a ellos, los tocó y les dijo: -Levántense; no tengan miedo.
Y cuando miraron, ya no vieron a nadie, sino a Jesús solo. Mientras bajaban del cerro, Jesús les ordenó: -No cuenten a nadie esta visión, hasta que el Hijo del hombre haya resucitado.

Tercer domingo:
Jn 4, 5-42
En aquel tiempo, Jesús llegó a un pueblo de Samaria que se llamaba Sicar, cerca del terreno que Jacob había dado en herencia a su hijo José. Allí estaba el pozo de Jacob. Jesús, cansado del camino, se sentó junto al pozo. Era cerca del mediodía. Los discípulos habían ido al pueblo a comprar algo de comer. En eso, una mujer de Samaria llegó al pozo a sacar agua, y Jesús le dijo: -Dame un poco de agua.
Pero como los judíos no tienen trato con los samaritanos, la mujer le respondió: -¿Cómo es que tú, siendo judío, me pides agua a mí, que soy samaritana?
Jesús le contestó: -Si supieras lo que Dios da y quién es el que te está pidiendo agua, tú le pedirías a él, y él te daría agua viva.
La mujer dijo: -Señor, ni siquiera tienes con qué sacar agua, y el pozo es muy hondo: ¿de dónde vas a darme agua viva? Nuestro antepasado Jacob nos dejó este pozo, del que él mismo bebía y del que bebían también sus hijos y sus animales. ¿Acaso eres tú más que él?
Jesús le contestó: -Todos los que beben de esta agua, volverán a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré, nunca volverá a tener sed. Porque el agua que yo le daré se convertirá en él en manantial que brotará dándole vida eterna.
La mujer le dijo: -Señor, dame de esa agua para que no vuelva yo a tener sed ni tenga que venir aquí a sacar agua.
Jesús le dijo: -Ve a llamar a tu marido y vuelve acá. La mujer le contestó: -No tengo marido.
Jesús le dijo: -Bien dices que no tienes marido; porque has tenido cinco maridos, y el que ahora tienes no es tu marido. Es cierto lo que has dicho.
Al oír esto, la mujer le dijo: -Señor, ya veo que eres un profeta. Nuestros antepasados, los samaritanos, adoraron a Dios aquí, en este monte; pero ustedes los judíos dicen que Jerusalén es el lugar donde debemos adorarlo.
Jesús le contestó: -Créeme, mujer, que llega la hora en que ustedes adorarán al Padre sin tener que venir a este monte ni a Jerusalén. Ustedes no saben a quién adoran; pero nosotros sabemos a quién adoramos, pues la salvación viene de los judíos. Pero llega la hora, y es ahora mismo, cuando los que de veras adoran al Padre lo harán de un modo verdadero, conforme al Espíritu de Dios. Pues el Padre quiere que así lo hagan los que lo adoran. Dios es Espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo de un modo verdadero, conforme al Espíritu de Dios.
La mujer le dijo: -Yo sé que va a venir el Mesías (es decir, el Cristo); y cuando él venga, nos lo explicará todo.
Jesús le dijo: -Ése soy yo, el mismo que habla contigo.
En esto llegaron sus discípulos, y se quedaron extrañados de que Jesús estuviera hablando con una mujer. Pero ninguno se atrevió a preguntarle qué quería, o de qué estaba conversando con ella. La mujer dejó su cántaro y se fue al pueblo, donde dijo a la gente: -Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será este el Mesías?
Entonces salieron del pueblo y fueron donde estaba Jesús. Mientras tanto los discípulos le rogaban: -Maestro, come algo. Pero él les dijo-Yo tengo una comida, que ustedes no conocen.
Los discípulos comenzaron a preguntarse unos a otros: -¿Será que le habrán traído algo de comer? Pero Jesús les dijo: -Mi comida es hacer la voluntad del que me envió y terminar su trabajo. Ustedes dicen: “Todavía faltan cuatro meses para la cosecha”; pero yo les digo que se fijen en los sembrados, pues ya están maduros para la cosecha. El que trabaja en la cosecha recibe su paga, y la cosecha que recoge es para vida eterna, para que tanto el que siembra como el que cosecha se alegren juntamente. Pues bien dice el dicho, que “Unos siembran y otros cosechan.” Y yo los envié a ustedes a cosechar lo que no les costó ningún trabajo; otros fueron los que trabajaron, y ustedes son los que se han beneficiado del trabajo de ellos.
Muchos de los habitantes de aquel pueblo de Samaria creyeron en Jesús por lo que había asegurado la mujer: «Me ha dicho todo lo que he hecho.» Así que, cuando los samaritanos llegaron, rogaron a Jesús que se quedara con ellos. Él se quedó allí dos días, y muchos más creyeron al oír lo que él mismo decía. Y dijeron a la mujer: «Ahora creemos, no solamente por lo que tú nos dijiste, sino también porque nosotros mismos le hemos oído y sabemos que de veras es el Salvador del mundo.»

Cuarto domingo:
Jn 9, 1-41
En aquel tiempo,  al salir, Jesús vio a su paso a un hombre que había nacido ciego. Sus discípulos le preguntaron: -Maestro, ¿por qué nació ciego este hombre? ¿Por el pecado de sus padres, o por su propio pecado?
Jesús les contestó: -Ni por su propio pecado ni por el de sus padres; fue más bien para que en él se demuestre lo que Dios puede hacer. Mientras es de día, tenemos que hacer el trabajo del que me envió; pues viene la noche, cuando nadie puede trabajar. Mientras estoy en este mundo, soy la luz del mundo.
Después de haber dicho esto, Jesús escupió en el suelo, hizo con la saliva un poco de lodo y se lo untó al ciego en los ojos. Luego le dijo: -Ve a lavarte al estanque de Siloé (que significa: «Enviado»).
El ciego fue y se lavó, y cuando regresó ya podía ver. Los vecinos y los que antes lo habían visto pedir limosna se preguntaban: -¿No es este el que se sentaba a pedir limosna? Unos decían: -Sí, es él. Otros decían: -No, no es él, aunque se le parece. Pero él mismo decía: -Sí, soy yo.
Entonces le preguntaron: -¿Y cómo es que ahora puedes ver? Él les contestó: -Ese hombre que se llama Jesús hizo lodo, me lo untó en los ojos, y  me dijo: “Ve al estanque de SIloé, y lávate.” Yo fui, y en cuanto me lavé, pude ver.
Entonces le preguntaron: -¿Dónde está ese hombre? Y él les dijo: -No lo sé.
El día en que Jesús hizo el lodo y devolvió la vista al ciego era sábado. Por eso llevaron ante los fariseos al que había sido ciego, y ellos le preguntaron cómo era que ya podía ver. Y él les contestó: -Me puso lodo en los ojos, me lavé, y ahora veo.
Algunos fariseos dijeron: -El que hizo esto no puede ser de Dios, porque no respeta el sábado. Pero otros decían: -¿Cómo puede hacer estas señales milagrosas, si es pecador?
De manera que hubo división entre ellos, y volvieron a preguntarle al que antes era ciego: -Puesto que te ha dado la vista, ¿qué dices de él?  Él contestó: -Yo digo que es un profeta.
Pero los judíos no quisieron creer que había sido ciego y que ahora podía ver, hasta que llamaron a sus padres y les preguntaron: -¿Es éste su hijo? ¿Declaran ustedes que nació ciego? ¿Cómo es que ahora puede ver? Sus padres contestaron: -Sabemos que éste es nuestro hijo, y que nació ciego; pero no sabemos cómo es que ahora puede ver, ni tampoco sabemos quién le dio la vista. Pregúntenselo a él; ya es mayor de edad, y él mismo puede darles razón.
Sus padres dijeron esto por miedo, pues los judíos se habían puesto de acuerdo para expulsar de la sinagoga a cualquiera que reconociera que Jesús era el Mesías. Por eso dijeron sus padres: «Pregúntenselo a él, que ya es mayor de edad.»
Los judíos volvieron a llamar al que había sido ciego, y le dijeron: -Dinos la verdad delante de Dios. Nosotros sabemos que ese hombre es pecador. Él les contestó: -Si es pecador, no lo sé. Lo que sí sé es que yo era ciego y ahora veo.
Volvieron a preguntarle: -¿Qué te hizo? ¿Qué hizo para darte la vista? Les contestó: -Ya se lo he dicho, pero no me hacen caso. ¿Por qué quieren que se lo repita? ¿Es que también ustedes quieren seguirlo?
Entonces lo insultaron, y le dijeron: -Tú serás discípulo de ese hombre; nosotros somos discípulos de Moisés. Y sabemos que Dios le habló a Moisés, pero de ése no sabemos ni siquiera de dónde ha salido.
El hombre les contestó: -¡Que cosa tan rara! Ustedes no saben de dónde ha salido, y en cambio a mí me ha dado la vista. Bien sabemos que Dios no escucha a los pecadores; solamente escucha a los que lo adoran y hacen su voluntad. Nunca se ha oído decir de nadie que diera la vista a una persona que nació ciega. Si este hombre no viniera de Dios, no podría hacer nada.
Le dijeron entonces: -Tú, que naciste lleno de pecado, ¿quieres darnos lecciones a nosotros? Y lo expulsaron de la sinagoga.
Jesús oyó decir que habían expulsado al ciego; y cuando se encontró con él, le preguntó: -¿Crees tú en el Hijo del hombre? Él le dijo: -Señor, dime quién es, para que yo crea en él.
Jesús le contestó: -Ya lo has visto: soy yo, con quién estás hablando. Entonces el hombre se puso de rodillas delante de Jesús, y le dijo: -Creo, Señor.
Luego dijo Jesús: -Yo he venido a este mundo para hacer juicio, para que los ciegos vean y para que los que ven, se vuelvan ciegos.
Algunos fariseos que estaban con él, al oír esto, le preguntaron: -¿Acaso nosotros también somos ciegos? Jesús les contestó: -Si ustedes fueran ciegos, no tendrían culpa de sus pecados. Pero como dicen que ven, son culpables.
Quinto domingo:
Jn 11, 1-45
En aquel tiempo, había un hombre enfermo que se llamaba Lázaro, natural de Betania, el pueblo de María y de su hermana Marta. Esta María, que era hermana de Lázaro, fue la que derramó perfume sobre los pies del Señor y los secó con sus cabellos. Así pues, las dos hermanas mandaron a decir a Jesús: -Señor, tu amigo querido está enfermo.
Jesús al oírlo dijo: -Esta enfermedad no va a terminar en muerte, sino que ha de servir para mostrar la gloria de Dios, y también la gloria del Hijo de Dios.
Aunque Jesús quería mucho a Marta, a su hermana y a Lázaro, cuando le dijeron que Lázaro estaba enfermo se quedó dos días más en el lugar donde se encontraba. Después dijo a sus discípulos: -Vamos otra vez a Judea. Los discípulos le dijeron: -Maestro, hace poco los judíos de esa región trataron de matarte a pedradas, ¿y otra vez quieres ir allá?
Jesús les dijo: -¿No es cierto que el día tiene doce horas? Pues si uno anda de día, no tropieza, porque ve la luz que hay en este mundo; pero si uno anda de noche, tropieza, porque le falta la luz.
Después añadió: -Nuestro amigo Lázaro se ha dormido, pero voy a despertarlo. Los discípulos le dijeron: -Señor, si se ha dormido, es señal que va a sanar.
Pero lo que Jesús les decía es que Lázaro había muerto, mientras que los discípulos pensaban que se habían referido al sueño natural. Entonces Jesús les dijo claramente: -Lázaro ha muerto. Y me alegro de no haber estado allí, porque así es mejor para ustedes, para que crean. Pero vamos a verlo.
Entonces Tomás, al que llamaban el Gemelo, dijo a los otros discípulos: -Vamos también nosotros, para morir con él.
Al llegar, Jesús se encontró con que ya hacía cuatro días que Lázaro había sido sepultado. Betania se hallaba cerca de Jerusalén, a unos tres kilómetros; y muchos de los judíos habían ido a visitar a Marta y a María, para consolarlas por la muerte de su hermano. Cuando Marta supo que Jesús estaba llegando, salió a recibirlo; pero María se quedó en la casa. Marta le dijo a Jesús: -Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero yo sé que aun ahora Dios te dará todo lo que le pidas.
Jesús le contestó: -Tu hermano volverá a vivir. Marta le dijo: -Sí, ya sé que volverá a vivir cuando los muertos resuciten, en el día último.
Jesús le dijo entonces: -Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que todavía está vivo y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?
Ella le dijo: -Sí, Señor, yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.
Después de decir esto, Marta fue a llamar a su hermana María, y le dijo en secreto: -El Maestro está aquí y te llama. Tan pronto como lo oyó, María se levantó y fue a ver a Jesús. Jesús no había entrado todavía en el pueblo; estaba en el lugar donde Marta se había encontrado con él. Al ver que María se levantaba y salía rápidamente, los judíos que estaban con ella en la casa, consolándola, la siguieron pensando que iba al sepulcro a llorar.
Cuando María llegó a donde estaba Jesús, se puso de rodillas a sus pies diciendo: -Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Jesús al ver llorar a María y a los judíos que habían llegado con ella, se conmovió profundamente y se estremeció, y les preguntó: -¿Dónde lo sepultaron?
Le dijeron: -Ven a verlo, Señor. Y Jesús lloró. Los judíos dijeron entonces: -¡Miren cuánto lo quería! Pero algunos de ellos decían: -Éste, que dio vista al ciego, ¿no podría haber hecho algo para que Lázaro no muriera?
Jesús, otra vez muy conmovido, se acercó a la tumba. Era una cueva, cuya entrada estaba tapada con una piedra. Jesús dijo –Quiten la piedra.
Marta, la hermana del muerto, le dijo: -Señor, ya huele mal, porque hace cuatro días que murió. Jesús le contestó: -¿No te dije que, si crees, verás la gloria de Dios?
Quitaron la piedra, y Jesús, mirando al cielo, dijo: -Padre, te doy gracias porque me has escuchado. Yo sé que siempre me escuchas, pero lo digo por el bien de esta gente que está aquí, para que crean que tú me has enviado.
Después de decir esto, gritó: -¡Lázaro, sal de ahí!
Y el que había estado muerto salió con las manos y los pies atados con vendas y la cara envuelta en un lienzo. Jesús les dijo: -Desátenlo y déjenlo ir. Por esto creyeron en Jesús muchos de los judíos que habían ido a acompañar a María y que vieron lo que él había hecho.

jueves, 4 de febrero de 2016

Domingos de CUARESMA – Ciclo C



Primer domingo:
Lc 4, 1-13
En aquel tiempo, Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del río Jordán, y el Espíritu lo llevó al desierto. Allí estuvo cuarenta días, y el diablo lo puso a prueba. No comió nada durante esos días, así que después sintió hambre. El diablo entonces le dijo: -Si de veras eres Hijo de Dios, ordena a esta piedra que se convierta en pan.
Jesús le contestó: -La Escritura dice: “No sólo de pan vivirá el hombre.”
Luego el diablo lo levantó y mostrándole en un momento todos los países del mundo, le dijo: -Yo te daré todo este poder y la grandeza de estos países. Porque yo lo he recibido, y se lo daré al que quiera dárselo. Si te arrodillas y me adoras, todo será tuyo.
Jesús le contestó: -La escritura dice: “Adora al Señor tu Dios, y sírvele sólo a él.”
Después el diablo lo llevó a la ciudad de Jerusalén, lo subió a la parte más alta del templo y le dijo: -Si de veras eres Hijo de Dios, tírate abajo desde aquí; porque la Escritura dice: “Dios mandará que sus ángeles te cuiden y te protejan.
Te levantarán con sus manos, para que no tropieces con piedra alguna.”
Jesús le contestó: -También dice la Escritura: “No pongas a prueba al Señor tu Dios.”
Cuando ya el diablo no encontró otra forma de poner a prueba a Jesús, se alejó de él por algún tiempo.

Segundo domingo:
Lc 9, 28b-36
En aquel tiempo, Jesús subió a un cerro a orar, acompañado de Pedro, Santiago y Juan. Mientras oraba, el aspecto de su cara cambió, y su ropa se volvió muy blanca y brillante; y aparecieron dos hombres conversando con él. Eran Moisés y Elías, que estaban rodeados de un resplandor glorioso y hablaban de la partida de Jesús de este mundo, que iba a tener lugar en Jerusalén. Aunque Pedro y sus compañeros tenían mucho sueño, permanecieron despiertos, y vieron la gloria de Jesús y a los dos hombres que estaban con él. Cuando aquellos hombres se separaban ya de Jesús, Pedro le dijo: -Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Vamos a hacer tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.
Pero Pedro no sabía lo que decía. Mientras hablaba, una nube se posó sobre ellos, y al verse dentro de la nube tuvieron miedo. Entonces de la nube salió una voz, que dijo: «Éste es mi Hijo, mi elegido: escúchenlo.»
Cuando se escuchó esa voz, Jesús quedó solo. Pero ellos mantuvieron esto en secreto y en aquel tiempo a nadie dijeron nada de lo que habían visto.

Tercer domingo:
Lc 13, 1-9
Por aquel tiempo fueron unos a ver a Jesús, y le contaron que Pilato había mezclado la sangre de unos hombres de Galilea con la sangre de los animales que ellos habían ofrecido en sacrificio.
Jesús les dijo: «¿Piensan ustedes que esto les pasó a esos hombres de Galilea por ser ellos más pecadores que los otros de su país? Les digo que no; y si ustedes mismos no se vuelven a Dios, también morirán. ¿O creen que aquellos dieciocho que murieron cuando la torre de Siloé les cayó encima eran más culpables que los otros que vivían en Jerusalén? Les digo que no; y si ustedes mismos no se vuelven a Dios, también morirán.»
Jesús les contó esta parábola: «Un hombre tenía una higuera plantada en su viñedo, y fue a ver si daba higos, pero no encontró ninguno. Así que le dijo al hombre que cuidaba el viñedo: “Mira, por tres años seguidos he venido a esta higuera en busca de fruto, pero nunca lo encuentro. Córtala, pues; ¿para qué ha de ocupar terreno inútilmente?” Pero el que cuidaba el terreno le contestó: “Señor, déjala todavía este año; voy a aflojarle la tierra y a echarle abono. Con eso tal vez dará fruto; y si no, ya la cortarás.”»

Cuarto domingo:
Lc 15, 1-3.11-32
En aquel tiempo todos los que cobraban impuestos para Roma y otra gente de mala fama se acercaban a Jesús, para oírlo. Los fariseos y los maestros de la ley lo criticaban por esto, diciendo: -Este recibe a los pecadores y come con ellos.
Entonces Jesús les dijo esta parábola:
«Un hombre tenía dos hijos, y el más joven le dijo a su padre: “Padre, dame la parte de la herencia que me toca.” Entonces el padre repartió los bienes entre ellos. Pocos días después el hijo menor vendió su parte de la propiedad, y con ese dinero se fue lejos, a otro país, donde todo lo derrochó llevando una vida desenfrenada. Pero cuando ya se había gastado todo, hubo una gran escasez de comida en aquel país, y él comenzó a pasar hambre. Fue a pedir trabajo a un hombre del lugar, que lo mandó a sus campos a cuidar cerdos. Y tenía ganas de llenarse con las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie se las daba. Al fin se puso a pensar: “¡Cuántos trabajadores en casa de mi padre tienen comida de sobra, mientras yo aquí me muero de hambre! Regresaré a casa de mi padre, y le diré: Padre mío, he pecado contra Dios y contra ti; ya no merezco llamarme tu hijo; trátame como a uno de tus trabajadores.” Así que se puso en camino y regresó a la casa de su padre.
Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y sintió compasión de él. Corrió a su encuentro, y lo recibió con abrazos y besos. El hijo le dijo: “Padre mío, he pecado contra Dios y contra ti; ya no merezco llamarme tu hijo.” Pero el padre ordenó a sus criados: “Saquen pronto la mejor ropa y vístanlo; pónganle también un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traigan el becerro más gordo y mátenlo. ¡Vamos a celebrar esto con un banquete! Porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a vivir; se había perdido y lo hemos encontrado.” Comenzaron la fiesta.
Entre tanto, el hijo mayor estaba en el campo. Cuando regresó y llegó cerca de la casa, oyó la música y el baile. Entonces llamó a uno de los criados y le preguntó qué pasaba. El criado le dijo: “Es que su hermano ha vuelto; y su padre ha mandado matar el becerro más gordo, porque lo recobró sano y salvo.” Pero tanto se enojó el hermano mayor, que no quería entrar, así que su padre tuvo que salir a rogarle que lo hiciera. Le dijo a su padre: “Tú sabes cuantos años te he servido, sin desobedecerte nunca, y jamás me has dado ni siquiera un cabrito para tener una comida con mis amigos. En cambio, ahora llega este hijo tuyo, que ha malgastado tu dinero con prostitutas, y matas para él el becerro más gordo.”
El padre le contestó: “Hijo mío, tú siempre estás conmigo, y todo lo que tengo es tuyo. Pero había que celebrar esto con un banquete y alegrarnos, porque tu hermano, que estaba muerto, ha vuelto a vivir; se había perdido, y lo hemos encontrado.”»

Quinto domingo:
Jn 8, 1-11
En aquel tiempo, Jesús se dirigió al Monte de los Olivos, y al día siguiente, al amanecer, volvió al templo. La gente se le acercó, y él se sentó y comenzó a enseñarles.
Los maestros de la ley y los fariseos llevaron entonces a una mujer, a la que habían sorprendido cometiendo adulterio. La pusieron en medio de todos los presentes, y dijeron a Jesús: –Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo de cometer adulterio. En la ley, Moisés nos ordenó que se matara a pedradas a esta clase de mujeres. ¿Tú que dices?
Ellos preguntaron esto para ponerlo a prueba, y tener así de qué acusarlo. Pero Jesús se inclinó y comenzó a escribir en la tierra con el dedo. Luego, como seguían preguntándole, se enderezó y les dijo: –Aquel de ustedes que no tenga pecado, que tire la primera piedra.
Y volvió a inclinarse y siguió escribiendo en la tierra. Al oír esto, uno tras otro comenzaron a irse, y los primeros en hacerlo fueron los más viejos. Cuando Jesús se encontró solo con la mujer, que se había quedado allí, se enderezó y le preguntó: –Mujer, ¿dónde están? ¿Ninguno te ha condenado? Ella le contestó: –Ninguno, Señor.
Jesús le dijo: –Tampoco yo te condeno; ahora vete y no vuelvas a pecar.

jueves, 12 de febrero de 2015

DOMINGOS CUARESMA - Ciclo B




Domingos de CUARESMA – Ciclo B

Primer domingo:
Mc 1, 12-15
Después de esto, el Espíritu llevó a Jesús al desierto. Allí estuvo cuarenta días, viviendo entre las fieras y siendo puesto a prueba por Satanás; y los ángeles le servían.
Después que metieron a Juan en la cárcel, Jesús fue a Galilea a anunciar las buenas noticias de parte de Dios. Decía: «Ya se cumplió el plazo señalado, y el reino de Dios está cerca. Vuélvanse a Dios y acepten con fe sus buenas noticias.»

Segundo domingo:
Mc 9, 2-10
Seis días después, Jesús tomó a Pedro, Santiago y Juan, y los llevó a ellos solos a un monte elevado. Allí se transfiguró en presencia de ellos. Sus vestiduras se volvieron resplandecientes, tan blancas como nadie en el mundo podría blanquearlas. Y se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. Pedro dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». Pedro no sabía qué decir, porque estaban llenos de temor. Entonces una nube los cubrió con su sombra, y salió de ella una voz: «Este es mi Hijo muy querido, escúchenlo». De pronto miraron a su alrededor y no vieron a nadie, sino a Jesús solo con ellos. Mientras bajaban del monte, Jesús les prohibió contar lo que habían visto, hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. Ellos cumplieron esta orden, pero se preguntaban qué significaría «resucitar de entre los muertos».

Tercer domingo:
Jn 2, 13-25
Se acercaba la Pascua de los judíos. Jesús subió a Jerusalén y encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas y a los cambistas sentados delante de sus mesas.  Hizo un látigo de cuerdas y los echó a todos del Templo, junto con sus ovejas y sus bueyes; desparramó las monedas de los cambistas, derribó sus mesas y dijo a los vendedores de palomas: «Saquen esto de aquí y no hagan de la casa de mi Padre una casa de comercio». Y sus discípulos recordaron las palabras de la Escritura: El celo por tu Casa me consumirá.
Entonces los judíos le preguntaron: «¿Qué signo nos das para obrar así?».  Jesús les respondió: «Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar». Los judíos le dijeron: «Han sido necesarios cuarenta y seis años para construir este Templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?».  Pero él se refería al templo de su cuerpo. Por eso, cuando Jesús resucitó, sus discípulos recordaron que él había dicho esto, y creyeron en la Escritura y en la palabra que había pronunciado.
Mientras estaba en Jerusalén, durante la fiesta de Pascua, muchos creyeron en su Nombre al ver los signos que realizaba.  Pero Jesús no se fiaba de ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba que lo informaran acerca de nadie: él sabía lo que hay en el interior del hombre.

Cuarto domingo:
Jn 3, 14-21
De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todos los que creen en él tengan Vida eterna. Porque Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. En esto consiste el juicio: la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. Todo el que obra mal odia la luz y no se acerca a ella, por temor de que sus obras sean descubiertas. En cambio, el que obra conforme a la verdad se acerca a la luz, para que se ponga de manifiesto que sus obras han sido hechas en Dios».

Quinto domingo:
Jn 12, 20-33
Entre los que habían subido para adorar durante la fiesta, había unos griegos que se acercaron a Felipe, el de Betsaida de Galilea, y le dijeron: «Señor, queremos ver a Jesús». Felipe fue a decírselo a Andrés, y ambos se lo dijeron a Jesús.  Él les respondió: «Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado. Les aseguro que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto. El que tiene apego a su vida la perderá; y el que no está apegado a su vida en este mundo, la conservará para la Vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, y donde yo esté, estará también mi servidor. El que quiera servirme, será honrado por mi Padre.
Mi alma ahora está turbada. ¿Y qué diré: “Padre, líbrame de esta hora”? ¡Si para eso he llegado a esta hora! ¡Padre, glorifica tu Nombre!».
Entonces se oyó una voz del cielo: «Ya lo he glorificado y lo volveré a glorificar». La multitud que estaba presente y oyó estas palabras, pensaba que era un trueno. Otros decían: «Le ha hablado un ángel». Jesús respondió: «Esta voz no se oyó por mí, sino por ustedes. Ahora ha llegado el juicio de este mundo, ahora el Príncipe de este mundo será arrojado afuera; y cuando yo sea levantado en alto sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí». Jesús decía esto para indicar cómo iba a morir.

lunes, 3 de marzo de 2014

CUARESMA



El tiempo de Cuaresma (Cuaresma significa “cuarenta días”) tiene como finalidad prepararnos para la celebración de la Pascua. El camino que propone la Iglesia es el de la conversión y la penitencia, no como algo negativo o triste, sino fijando la mirada en la alegría de la Resurrección de Cristo. La Cuaresma tiene su origen espiritual en la imagen bíblica del desierto. Por un lado, en el antiguo testamento, la experiencia de los 40 años en el desierto que el pueblo de Israel empleó en su viaje a la tierra prometida después de celebrar la salida de Egipto. Por otro lado, en el Nuevo Testamento, los 40 días de ayuno y oración de Jesús en el desierto que terminó con su victoria  sobre las tentaciones de Satanás. 
La penitencia interior del cristiano puede tener expresiones muy variadas. La Escritura y los Padres de la Iglesia insisten sobre todo en tres formas: el ayuno, la oración y la limosna, porque expresan la conversión con relación a sí mismo (ayuno), con relación a Dios (oración) y con relación a los demás (limosna).
-Ayuno: no es sólo de comida y bebida, sino de todo aquello que nos esclaviza y que no conduce al bien.
-Oración: acercarnos al Padre misericordioso, pedirle perdón de corazón, y pedir su ayuda, ya que sin él, nada podemos.
-Limosna: la práctica de la caridad “cubre la multitud de los pecados” (1 Pedro 4, 8). No es dar lo que me sobra, sino compartir lo que tengo.
El miércoles de ceniza es el comienzo de la Cuaresma; es un día penitencial, en el que manifestamos nuestro deseo de conversión a Dios, por eso, cuando nos imponen la ceniza nos dicen “conviértete y cree en el Evangelio”. La ceniza es polvo, símbolo de pequeñez, de nuestra pequeñez, que nos invita a volver a Dios.

Tomado de: “Calendario litúrgico 2014”, Conferencia Episcopal Argentina; y “Catecismo de la Iglesia Católica”, n. 1434.