Cuatro domingos de Adviento - CICLO A
El tiempo de Adviento prepara a la Iglesia para conmemorar la venida
histórica de Jesús, el Redentor en Navidad. Todos los años el Adviento comienza
el domingo más próximo al 30 de noviembre y se extiende durante cuatro semanas;
la última semana se interrumpe ante la celebración de la Navidad el 25 de
diciembre. Es un tiempo de conversión y preparación, pero también de alegría y
esperanza. En los primeros días se nos invita a vivir vigilantes y preparados,
y luego se nos invita a adentrarnos en los acontecimientos históricos que
rodearon el nacimiento de Jesús, como la visita de María a Isabel, o el
nacimiento de Juan Bautista.
Lecturas para los
cuatro domingos de Adviento del CICLO A:
1º Domingo de
adviento: Mt 24, 37-44
En aquel tiempo,
dijo Jesús a sus discípulos: «Como sucedió en tiempos de Noé, así sucederá
también cuando regrese el Hijo del hombre. En aquellos tiempos antes del
diluvio, y hasta el día en que Noé entró en la barca, la gente comía y
bebía y se casaba. Pero cuando menos lo esperaban, vino el diluvio y se los
llevó a todos. Así sucederá también cuando regrese el Hijo del hombre. En aquel
momento, de dos hombres que estén en el campo, uno será llevado y otro será
dejado. De dos mujeres que estén moliendo, una será llevada y otra será dejada.
Manténganse ustedes
despiertos, porque no saben qué día va a venir su Señor. Pero sepan esto, que
si el dueño de una casa supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón,
se mantendría despierto y no dejaría que nadie se metiera en su casa a robar.
Por eso, ustedes también estén preparados; porque el Hijo del hombre vendrá
cuando menos lo esperen.»
2º Domingo de
adviento: Mt 3, 1-12
Por aquel tiempo se
presentó Juan el Bautista en el desierto de Judea. En su proclamación decía:
«Vuélvanse a Dios, porque el reino de los cielos está cerca!»
Juan era aquel de
quien Dios había dicho por medio del profeta Isaías: «Una voz grita en el
desierto: “Preparen el camino del Señor; ábranle un camino recto.”» La ropa de
Juan estaba hecha de pelo de camello, y se la sujetaba al cuerpo con un
cinturón de cuero; su comida eran langostas y miel del monte. La gente de
Jerusalén y todos los de la región de Judea y de la región cercana al Jordán
salían a oírle. Confesaban sus pecados y Juan los bautizaba en el río Jordán.
Pero cuando Juan vio que muchos fariseos y saduceos iban a que los bautizara,
les dijo: «¡Raza de víboras! ¿Quién les ha dicho a ustedes que van a librarse
del terrible castigo que se acerca? Pórtense de tal modo que se vea claramente
que se han vuelto al Señor, y no presuman diciéndose a sí mismos: “Nosotros
somos descendientes de Abraham”; porque les aseguro que incluso a estas piedras
Dios puede convertirlas en descendientes de Abraham El hacha ya está lista para
cortar los árboles de raíz. Todo árbol que no da buen fruto, se corta y se
hecha al fuego. Yo, en verdad, los bautizo con agua para invitarlos a que se
vuelvan a Dios; pero el que viene después de mí los bautizará con el Espíritu
Santo y con fuego. Él es más poderoso que yo, y que ni siquiera merezco
llevarle sus sandalias. Trae su pala en la mano y limpiará el trigo en el
granero, pero quemará la paja en un fuego que nunca se apagará.»
3º Domingo de
adviento: Mt 11, 2-11
En aquel tiempo,
Juan, que estaba en la cárcel, tuvo noticias de lo que Cristo estaba
haciendo. Entonces envió algunos de sus seguidores a que le preguntaran si él
era de veras el que había de venir, o si debían esperar a otro. Jesús les
contestó «Vayan y díganle a Juan lo que están viendo y oyendo. Cuéntenle que
los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios de su enfermedad,
los sordos oyen, los muertos vuelven a la vida y a los pobres se les anuncia la
buena noticia. ¡Y dichoso aquel que no encuentre en mí motivo de tropiezo!»
Cuando ellos se
fueron, Jesús comenzó a hablar a la gente acerca de Juan, diciendo: «¿Qué
salieron ustedes a ver al desierto? ¿Una caña sacudida por el viento? Y si no,
¿qué salieron a ver? ¿Un hombre vestido lujosamente? Ustedes saben que los que
visten lujosamente están en las casas de los reyes. En fin, ¿a qué salieron? ¿A
ver a un profeta? Sí, de veras, y a uno que es mucho más que profeta.
Juan es aquel de quien dice la Escritura: “Yo envío mi mensajero delante de ti,
para que te prepare el camino.” Les aseguro que, entre todos los hombres,
ninguno ha sido más grande que Juan el Bautista; y, sin embargo, el más pequeño
en el reino de los cielos es más grande que él.»
4º Domingo de adviento: Mt 1, 18-24
El nacimiento de Jesús fue de
esta manera: María, su madre, estaba comprometida para casarse con José; pero
antes que vivieran juntos, se encontró encinta por el poder del Espíritu Santo.
José su marido, que era un hombre justo y no quería denunciar públicamente a
María, decidió separarse de ella en secreto. Ya había pensado hacerlo así,
cuando un ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José,
descendiente de David, no tengas miedo de tomar a María por esposa, porque su
hijo lo ha concebido por el poder del Espíritu Santo. María tendrá un hijo, y
le pondrás por nombre Jesús. Se llamará así porque salvará a su pueblo de
sus pecados.» Todo sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había dicho
por medio del profeta: “La virgen quedará encinta y tendrá un hijo, al que pondrán
por nombre Emanuel” (que significa: “Dios con nosotros”). Cuando José despertó
del sueño, hizo lo que el ángel del Señor le había mandado, y tomó a María por
esposa.