Domingos de CUARESMA – Ciclo B
Primer domingo:
Mc 1, 12-15
Después de esto, el Espíritu llevó a Jesús al desierto. Allí estuvo cuarenta
días, viviendo entre las fieras y siendo puesto a prueba por Satanás; y los
ángeles le servían.
Después que metieron a Juan en la cárcel, Jesús fue a Galilea a anunciar las
buenas noticias de parte de Dios. Decía: «Ya se cumplió el plazo señalado, y el
reino de Dios está cerca. Vuélvanse a Dios y acepten con fe sus buenas
noticias.»
Segundo domingo:
Mc 9, 2-10
Seis días después, Jesús tomó a Pedro, Santiago y Juan,
y los llevó a ellos solos a un monte elevado. Allí se transfiguró en presencia
de ellos. Sus vestiduras se volvieron resplandecientes, tan blancas como
nadie en el mundo podría blanquearlas. Y se les aparecieron Elías y
Moisés, conversando con Jesús. Pedro dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué bien
estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para
Elías». Pedro no sabía qué decir, porque estaban llenos de temor. Entonces
una nube los cubrió con su sombra, y salió de ella una voz: «Este es mi Hijo
muy querido, escúchenlo». De pronto miraron a su alrededor y no vieron a
nadie, sino a Jesús solo con ellos. Mientras bajaban del monte, Jesús les
prohibió contar lo que habían visto, hasta que el Hijo del hombre resucitara de
entre los muertos. Ellos cumplieron esta orden, pero se preguntaban qué
significaría «resucitar de entre los muertos».
Tercer domingo:
Jn 2, 13-25
Se acercaba la Pascua de los judíos. Jesús subió a Jerusalén y
encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas y a los
cambistas sentados delante de sus mesas. Hizo un látigo de cuerdas y los
echó a todos del Templo, junto con sus ovejas y sus bueyes; desparramó las
monedas de los cambistas, derribó sus mesas y dijo a los vendedores de
palomas: «Saquen esto de aquí y no hagan de la casa de mi Padre una casa de
comercio». Y sus discípulos recordaron las palabras de la Escritura: El celo por tu Casa me consumirá.
Entonces los judíos le preguntaron: «¿Qué signo nos das para
obrar así?». Jesús les respondió: «Destruyan este templo y en tres días
lo volveré a levantar». Los judíos le dijeron: «Han sido necesarios
cuarenta y seis años para construir este Templo, ¿y tú lo vas a levantar en
tres días?». Pero él se refería al templo de su cuerpo. Por eso, cuando
Jesús resucitó, sus discípulos recordaron que él había dicho esto, y creyeron
en la Escritura y en la palabra que había pronunciado.
Mientras estaba en Jerusalén, durante la fiesta de Pascua,
muchos creyeron en su Nombre al ver los signos que realizaba. Pero Jesús
no se fiaba de ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba que lo
informaran acerca de nadie: él sabía lo que hay en el interior del hombre.
Cuarto domingo:
Jn 3, 14-21
De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente
en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en
alto, para que todos los que creen en él tengan Vida eterna. Porque Dios amó
tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no
muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar
al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es
condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre
del Hijo único de Dios. En esto consiste el juicio: la luz vino al mundo, y los
hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. Todo
el que obra mal odia la luz y no se acerca a ella, por temor de que sus obras
sean descubiertas. En cambio, el que obra conforme a la verdad se acerca a la
luz, para que se ponga de manifiesto que sus obras han sido hechas en Dios».
Quinto domingo:
Jn 12, 20-33
Entre los que habían subido para adorar durante la fiesta,
había unos griegos que se acercaron a Felipe, el de Betsaida de Galilea, y
le dijeron: «Señor, queremos ver a Jesús». Felipe fue a decírselo a
Andrés, y ambos se lo dijeron a Jesús. Él les respondió: «Ha llegado la
hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado. Les aseguro que si el
grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da
mucho fruto. El que tiene apego a su vida la perderá; y el que no está apegado
a su vida en este mundo, la conservará para la Vida eterna. El que quiera
servirme, que me siga, y donde yo esté, estará también mi servidor. El que
quiera servirme, será honrado por mi Padre.
Mi alma ahora está turbada. ¿Y qué diré: “Padre, líbrame de
esta hora”? ¡Si para eso he llegado a esta hora! ¡Padre, glorifica tu Nombre!».
Entonces se oyó una voz del cielo: «Ya lo he
glorificado y lo volveré a glorificar». La multitud que estaba presente y oyó
estas palabras, pensaba que era un trueno. Otros decían: «Le ha hablado un
ángel». Jesús respondió: «Esta voz no se oyó por mí, sino por ustedes. Ahora
ha llegado el juicio de este mundo, ahora el Príncipe de este mundo será
arrojado afuera; y cuando yo sea levantado en alto sobre la tierra, atraeré a
todos hacia mí». Jesús decía esto para indicar cómo iba a morir.