Nació en Génova (Italia) el 14 de octubre de 1831. A los 21
años (5 de noviembre, 1852), contrajo matrimonio con su primo Jerónimo Custo y
se trasladó a Marsella. Una imprevista crisis financiera turbó muy pronto la
felicidad de la nueva familia, obligada a volver a Génova marcada por la
pobreza.
Desgracias aún más graves la amenazaron, su primera hija
Carlota afectada de una improvisa enfermedad quedó sordomuda para siempre. Su
marido falleció en 1858, dejándola viuda, y luego falleció su hijo más pequeño.
Purificada por las pruebas, pero fuerte en el espíritu,
comprendió el verdadero sentido del dolor. El apremiar de tantos
acontecimientos tristes, marcó en su vida un cambio radical que ella llamará
“su conversión” a la oferta total de sí al Señor, a su amor y al amor del
prójimo.
En 1861 emitió en forma privada los votos perpetuos de
castidad, obediencia y pobreza, siendo terciaria franciscana. En 1862 recibió
el don de los estigmas ocultos, percibidos más intensamente los días viernes.
Para sus hijos fue siempre una madre ejemplar. En febrero de
1864 recibió una inspiración de fundar una congregación cuya misión fuera
ayudar a los necesitados y llevar la misericordia de Dios a todos. Así fue que
nacieron las “Hijas de Santa Ana, Madre de María Inmaculada”.
A su muerte dejó 368 casas fundadas, en las
cuales desempeñaban su misión 3.500 hermanas. Falleció, tras una enfermedad, el
6 de mayo de 1900. La fama de santidad que ya había irradiado en vida, irrumpe
en ocasión de su muerte, creciendo ininterrumpidamente en todas partes del
mundo.
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